En los confines de la Tierra, a la misma altura que Groenlandia y cerca del Círculo Polar Ártico, existe un diminuto archipiélago llamado las islas Shetland. Allí la vida se abre paso con extrema dificultad, entre gélidos vientos huracanados e impredecibles galernas que dejan a sus escasos habitante...
En los confines de la Tierra, a la misma altura que Groenlandia y cerca del Círculo Polar Ártico, existe un diminuto archipiélago llamado las islas Shetland. Allí la vida se abre paso con extrema dificultad, entre gélidos vientos huracanados e impredecibles galernas que dejan a sus escasos habitantes incomunicados de manera constante, dependiendo con frecuencia de aeronaves militares que les suministran provisiones para sobrevivir.
Tal vez gracias a su arraigada identidad vikinga (aun cuando estas islas oficialmente forman parte de Escocia, sus habitantes se sienten nórdicos, y tanto las personas como las calles o las embarcaciones suelen tener nombres escandinavos y se vandalizan los letreros del Gobierno escocés), en este recóndito paraje vive felizmente un puñado de humanos que a lo largo de generaciones ha ido aprendiendo no sólo a salir adelante en condiciones extremas, sino a amar este territorio salvaje y a llevarlo en la sangre como un hogar irremplazable. Pero jamás lo habrían conseguido si no hubiera sido por una raza particular de robustos ponis que ha ido evolucionando durante siglos para adaptarse a ese clima glacial, y que ha garantizado la supervivencia de los isleños contra la brutal meteorología y su independencia frente a la tiranía de los terratenientes. Hasta el día de hoy, estos animales y sus guardianes humanos conforman un único tejido de vida que se despliega en el sublime paisaje que los rodea.
Hasta allí llegó Catherine Munro, experta en conflictos entre conservación de la naturaleza e instrumentación del territorio, para indagar en esta relación excepcional entre los seres humanos y los ponis. Al principio su objetivo era investigar desde un punto de vista teórico, pero muy pronto la vida y los titánicos elementos que gobiernan el lugar tomaron la iniciativa. Así, tal como nos relata en estas extraordinarias memorias salvajes, tras sufrir una terrible pérdida personal, Catherine encuentra, además de consuelo, una conexión hasta entonces desconocida con las gentes y los animales que habitan ese territorio indómito. Y toma una decisión que cambiará su vida para siempre.
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