El viejo aforismo de que pienso, luego existo mantiene intacto su vigor, pero en la actualidad cabría decir, con el mismo énfasis, que solo pienso porque existo a lo largo de varios cruces de caminos en los que siempre están presentes los otros. El sujeto del conocimiento es un sujeto social (el "ho...
El viejo aforismo de que pienso, luego existo mantiene intacto su vigor, pero en la actualidad cabría decir, con el mismo énfasis, que solo pienso porque existo a lo largo de varios cruces de caminos en los que siempre están presentes los otros. El sujeto del conocimiento es un sujeto social (el "homo sapiens" es un "homo socius") y su objeto de conocimiento está prioritariamente ligado a los estímulos procedentes de los otros en tanto que personas concretas y, sobre todo, en tanto que pertenecientes a grupos y a categorías sociales. Sobre ellos nos formamos impresiones, adoptamos actitudes, elaboramos teorías respecto a las causas de su manera de conducirse, les aplicamos etiquetas caprichosas, y a veces, los apartamos de nuestros escenarios interactivos, les negamos los afectos más elementales e incluso los hostigamos en razón del color de su piel, de su nacionalidad, de sus creencias políticas o religiosas, de su identidad sexual, etc. Estos son los argumentos y los contenidos de la cognición social. Quien razona, decía aquel atrevido filósofo de provincias que fue Juan de Mairena, afirma la existencia de un prójimo, la necesidad de diálogo, la posible comunión mental entre los hombres.
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