«Muchas tardes vengo aquí, traspaso la cancela, atravieso el pequeño jardín y entro en el edificio de la residencia donde ahora vive mi madre, esa mujer que ya no recuerda que soy su hija. Suele alegrarse de verme: intuye que soy alguien querido, aunque no sepa con certeza quién. Me ha olvidado a mí...
«Muchas tardes vengo aquí, traspaso la cancela, atravieso el pequeño jardín y entro en el edificio de la residencia donde ahora vive mi madre, esa mujer que ya no recuerda que soy su hija. Suele alegrarse de verme: intuye que soy alguien querido, aunque no sepa con certeza quién. Me ha olvidado a mí, como ha olvidado la mayor parte de su propia vida.
Parece ensimismada. Podría pensarse que cualquier comunicación es imposible. Pero en estas tardes en que nos sentamos juntas se ha ido desarrollando entre nosotras una nueva relación, otra forma de comunicarnos. Su sinrazón nos ha abierto la puerta a una vida nueva. En medio de su desmemoria, afloran fugazmente nombres antiguos, palabras que atraen la evocación de cosas que nos sucedieron, recuerdos compartidos. Y esas pequeñas ráfagas del pasado hacen que yo misma recupere muchas cosas que había olvidado.
Nos une lo que olvidamos, porque su falta de memoria estimula mi memoria, me hace bucear en mi pasado y recobrar vivencias perdidas.
Gracias a esta mujer que apenas recuerda nada de su vida empiezo a reconstruir mi historia y la de un país que ya no existe: el nuestro, hace unos años.»
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