HOLMES se recostó en su asiento, unió las yemas de los dedos y cerró los ojos con aire resignado. El doctor Mortimer acercó el documento a la luz y leyó, con voz aguda y a trechos entrecortada, la siguiente narración extraña y remota: «[...] Esta es la historia, hijos míos, de la aparición del perro...
HOLMES se recostó en su asiento, unió las yemas de los dedos y cerró los ojos con aire resignado. El doctor Mortimer acercó el documento a la luz y leyó, con voz aguda y a trechos entrecortada, la siguiente narración extraña y remota: «[...] Esta es la historia, hijos míos, de la aparición del perro que ha acosado tan cruelmente a nuestra familia. La he escrito porque aquello que conocemos con claridad nos aterroriza menos que aquello que intuimos o fantaseamos. No cabe negar que muchos miembros de nuestra familia han sufrido muertes desdichadas, unas muertes repentinas, sangrientas y misteriosas...». (De Hugo Baskerville a sus hijos Rodger y John, con la recomendación de que no transmitan nada de su contenido a su hermana Elizabeth.) «En noviembre de 1891, Arthur Conan Doyle envió a su madre una carta en la que le comunicaba que pensaba asesinar a Holmes. [...] De la irritada decepción de los millones de lectores que seguían los casos del detective en todo el mundo [...] dan buena cuenta los periódicos de la época y, sobre todo, el hecho de que Doyle se viera obligado a escatarlo (sin dar explicaciones) en esa obra maestra de la literatura policiaca que es El perro de los Baskerville (1901).» Manuel Rodríguez Rivero, El País
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