El poso autobiográfico que Charles Dickens (1812-1870) dejó en David Copperfield, una de sus obras más importantes, convirtió este libro en el más cercano a su corazón. David, como Dickens, vivió una infancia feliz leyendo y asistiendo a la escuela, hasta que su suerte cambió. La trasmutación íntima de ambos, protagonista y autor, fue compleja y sutil, y aunque ficción y realidad no siempre coinciden, las desdichas de la niñez, el trabajo en la abogacía, la condición de escritor y varios personajes que responden a la experiencia personal de su autor. Narrado desde la distancia del adulto que llegó a ser, hay sátira y humor irónico en sus páginas, hay luto y angustia, pero también hay tanta alegría, tanto ruido de personas, que hace cierta la opinión de Italo Calvino de que Dickens construye en cada libro un cosmos, en lugar de una narración. Juan Tébar desvela en su introducción la irradiación del novelista inglés, su paralelismo con Dostoievski, la fascinacón que despertó en autores tan notables como Chesterton, Nabokov y Cortázar y en otros que, como Kafka, reflejaron inconscientemente sus formas, y su proyección en nuestro imaginario personal, porque Dickens es algo más que un escritor famoso, es un género en sí mismo, una forma de mirar la vida, de escribir o de jugar.