Nada más alejado del quehacer del historiador que la enquistada costumbre de aferrarse a tópicos sancionados únicamente por la repetición, interesada o ignorante, de los mismos; y nada más peligroso que la proyección sin cautela de una terminología actual a los hechos del pasado. De esos dos escollo...
Nada más alejado del quehacer del historiador que la enquistada costumbre de aferrarse a tópicos sancionados únicamente por la repetición, interesada o ignorante, de los mismos; y nada más peligroso que la proyección sin cautela de una terminología actual a los hechos del pasado. De esos dos escollos se aleja con manifiesta resolución Alejandro Nieto en esta revisitación erudita y documentada de un periodo muy concreto y breve, pero definitorio de nuestra historia, las Costes Constituyentes de 1836-37.
Porque esos años –los primeros de la regencia de María Cristina de Borbón– suelen despacharse caracterizándolos con una vaguedad impropia, que se deslizaba peligrosamente hacia el lugar común, quizá por el deslumbramiento producido por algunos de los hechos más resonantes, fácilmente reutilizables por la historiografía ideologizada: de la vuelta de los «afrancesados» a la Primera Guerra Carlista, la desamortización o el intervencionismo militar en política… El profesor Nieto restituye la riqueza y complejidad de la historia política de la época con académica humildad, iluminando matices y quiebros desconocidos o malinterpretados, redescubre que lo que estaba en juego no se dirimía tanto en una lucha de moderados y progresistas cuanto de las distintas fracciones del progresismo, entre ellas la templada, liderada por Juan Álvarez de Mendizábal, que marcó la vida política de aquellos años y alumbró la Constitución del 37 –tan deudora y tan alejada a la vez de la de 1812–.
Las esperanzas de este periodo, caótico, de transición, «de demolición sistemática de instituciones y de anuncio de muchas cosas», se vieron, sin embargo, truncadas en gran medida y la posibilidad de una España que, al menos políticamente, se pusiera a la altura de los regímenes europeos liberales y consolidara un sistema institucional moderno fue desaprovechada. El progresismo civil, que había abierto una vía posible, acabó agostándose como flor de un día.
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