En los autores antiguos se habla a menudo de la luz centelleante y velocísima que enciende nuestra alma cuando, en un relámpago de beatitud, creemos tocar con la mirada las cosas divinas. Es precisamente de esta «luz de la noche», reflejada en nosotros por todos los grandes mitos de la humanidad, de...
En los autores antiguos se habla a menudo de la luz centelleante y velocísima que enciende nuestra alma cuando, en un relámpago de beatitud, creemos tocar con la mirada las cosas divinas. Es precisamente de esta «luz de la noche», reflejada en nosotros por todos los grandes mitos de la humanidad, de la que se habla en este libro. Los tigres, los grifos, los toros, los peces, los escorpiones que componen un enigmático alfabeto simbólico en los oros luminosos de los escitas, la extraña luz del dios Apolo, que en su esplendor excesivo contiene toda la profundidad de las tinieblas, las visiones iniciáticas del Asno de Oro de Apuleyo, las imágenes grandiosas de oscuridad cegadora de las Epístolas de Pablo, el Dios de las Confesiones de Agustín, familiar y misterioso, fulgurante y oscuro, todo el inmenso tesoro de imágenes, metáforas, figuras, que nos ha legado el mundo antiguo, nos transmiten a veces la maravillosa ilusión de poder entrever las verdades secretas que se esconden tras el espectáculo ilusorio de la realidad. Otras épocas y otras civilizaciones hacen relampaguear ante nuestros ojos la luz enigmática del mito. También aparece en los lugares más inesperados, cuando la fuerza simbólica de las fábulas antiguas se diría desaparecida de la Tierra. La luz de la noche nos hace partícipes de toda la variedad y riqueza de las narraciones míticas. Nos describe con amor sus gemas y esplendores, convencido de que «Sólo los libros escritos con la caligrafía cifrada de los cielos, sólo los libros que nadie puede desellar del todo, siguen inflamando nuestros pensamientos por siglos».
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