Un padre famoso, el dramaturgo y Premio Nobel de Literatura Eugene O’Neill, marcó la vida de Oona O’Neill, a la que abandonó cuando solo tenía dos años. Crecer en esa familia no fue fácil: las secuelas del abandono se cebaron con su madre, atrapada entre las turbulencias de la depresión y del alcoho...
Un padre famoso, el dramaturgo y Premio Nobel de Literatura Eugene O’Neill, marcó la vida de Oona O’Neill, a la que abandonó cuando solo tenía dos años. Crecer en esa familia no fue fácil: las secuelas del abandono se cebaron con su madre, atrapada entre las turbulencias de la depresión y del alcohol, y con sus hermanos, que, impotentes ante la fuerza de sus respectivos destinos, acabarían suicidándose. Contra ese trágico lastre, la joven Oona encontró en su obstinación por convertirse en actriz una vía de escape que la llevó a frecuentar los ambientes bohemios de Nueva York. Orson Wells le leyó la mano, a Truman Capote le cautivó su personalidad, su alegría desbordante, su carisma y su sonrisa y, antes de convertirse en el autor de El guardián entre el centeno, J. D. Salinger se enamoró de ella. Cuando quiso decírselo, ya era tarde: Oona se había casado con Charles Chaplin, que le llevaba 36 años. Con él tuvo ocho hijos y una vida en el exilio –Suiza-, perseguidos por las acusaciones de comunismo y violación instigadas por Joseph McCarthy. La fuerza de carácter, la determinación y el talento para adaptarse a las circunstancias más imprevisibles y al lado oscuro –colérico, mujeriego, manipulador- de Chaplin marcaron a quienes la conocieron. Tras la muerte de su marido, se refugió en la tristeza y el alcohol, aunque siempre contó con la compañía y el afecto de sus hijos y sus nietos. Oona O’Neill está enterrada en el cementerio suizo de Corsier-sur-Vevey, junto a la tumba de Chaplin.
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