Ya se sabe que si hablas con Dios eres religioso, pero si Dios habla contigo estás loco. Seres al borde de la desesperación dirigen sus cartas a Dios. En una tradición judeocristiana como la nuestra no puede esperarse otra cosa. El planteamiento (‘ayúdame, Señor, en este mal trago') no sería novedos...
Ya se sabe que si hablas con Dios eres religioso, pero si Dios habla contigo estás loco. Seres al borde de la desesperación dirigen sus cartas a Dios. En una tradición judeocristiana como la nuestra no puede esperarse otra cosa. El planteamiento (‘ayúdame, Señor, en este mal trago') no sería novedoso en absoluto si no fuera porque las cartas tienen respuesta. Esta fórmula permite a los autores tratar situaciones y problemáticas de rabiosa actualidad de forma desenfadada. Las cartas humanas describen con descarnada ironía y sarcasmo, incluso a veces con cierta ironía, retales de la vida actual. Cartas de parados, inmigrantes, hipotecados, entre otros muchos, denuncian ciertas injusticias de la vida cotidiana; las respuestas de Dios, del dios de Sebastián y Sayeras rezuman emociones contrarias a las de sus emisores. Son las de un Dios paciente y misericordioso, bonachón y generoso que busca dar sosiego (y soluciones) a aquellos que acuden en busca de ayuda y consejo. Ambos autores son profesores universitarios que idearon esta fórmula como divertimento estival para entretener las largas y tediosas horas de canícula entre curso y curso de economía internacional. Todo el mundo sabe lo que gana un maestros, así que si quiere enviarles algún comentario-los constructivos serán bien recibidos-háganlo, como diría Groucho Marx, en el reverso del cheque
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