Las empresas padecen una especie de esquizofrenia entre las mezquindades que reinan en el día a día y los ingenuos discursos sobre la búsqueda de la excelencia. El orgullo, la pereza o la rutina no suelen mencionarse en los libros de gestión, pero sí se instalan nuestras oficinas. La excelencia no ...
Las empresas padecen una especie de esquizofrenia entre las mezquindades que reinan en el día a día y los ingenuos discursos sobre la búsqueda de la excelencia. El orgullo, la pereza o la rutina no suelen mencionarse en los libros de gestión, pero sí se instalan nuestras oficinas. La excelencia no resulta el mejor planteamiento para trabajar; no es verdad que si se quiere se puede, ni que lo que no se mide no se puede gestionar. Aunque somos capaces de hacer muchas cosas, no podemos realizarlas todas a la vez, y encima todas bien. Las relaciones con los jefes siempre son tensas, y ¿no es verdad que los mensajes clave se dan en los pasillos en lugar de en las reuniones? ¿Por qué redactar tantos manuales de procedimiento si no los leemos?
Gabriel Ginebra quiere, desde la ironía, echar por tierra tópicos tan asentados como la necesidad del cambio o de la motivación para trabajar. El japonés que estrelló el tren para ganar tiempo es una forma nueva de ver la realidad empresarial. Una forma tan radicalmente nueva y tan real que no es otra cosa que volver a lo de siempre, para reivindicar que las personas de carne y hueso ocupen realmente el lugar principal en las empresas.
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