Hoy todo historiador es consciente de que el objeto de su disciplina no es el pasado en sí mismo, sino aquello que, en las huellas que el pasado nos deja, aún puede responder a las cuestiones que hoy nos planteamos. Lo asignado a la historia no es, pues, “resurrección” –aquella que soñaba Michelet-, sino una labor de comprensión. Para atender a las exigencias más recientes del historiador, el diccionario se ciñe estrechamente a lo que funda su carácter de producto científico: 1. Los métodos (como el tratamiento informático, la historia cuantitativa, la historia oral, la prosopografía, etc.). 2. Los conceptos (anacronismo, crisis, decadencia, memoria colectiva, etc.). 3. Las áreas (la demografía histórica, la historia económica, la historia militar, etc.). 5. Los objetos (la alimentación, la educación, las relaciones internacionales, etc.) y 6. Las cuestiones históricas y los historiadores que más han contribuido al desarrollo de la disciplina. La redacción de la obra corre a cargo de un total de noventa y cinco especialistas –Barral, Bouvier, Detienne, Ferro, Geremek, Heffer, Le Goff, Le Roy Ladurie, Lévêque, Revel, Roudinesco y Vincent, entre otros- bajo la dirección de André Burguière, director de estudios de la École des hautes études de sciences sociales de París y miembro del Comité de dirección de la revista Annales.