Entre el engolamiento huero y las invectivas plebeyas, una catarata ramplona viene a ser el denominador común de las «artes» oratorias de nuestros actuales políticos de primera fila. Acuciados por destruir cuanto antes al adversario lo suelen hacer con contundentes testarazos, primitivos y brutales,...
Entre el engolamiento huero y las invectivas plebeyas, una catarata ramplona viene a ser el denominador común de las «artes» oratorias de nuestros actuales políticos de primera fila. Acuciados por destruir cuanto antes al adversario lo suelen hacer con contundentes testarazos, primitivos y brutales, sin arte ni pasión por el recurso a la ironía refinada o a una calculada paráfrasis denigratoria mortal de necesidad. Leer ahora, en estas circunstancias, los discursos de Don Manuel Azaña, que se recogen en volumen por primera vez, es un gozo. A la sustancia, siempre interesante, siempre original, del contenido de sus discursos se añade con un valor propio, inmenso, la increíble capacidad oratoria, el perfecto recurso a los tropos y el refinamiento verbal, no exento de acritud cuando convenía, del mayor animal político que produjo la España del siglo XX.
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